lunes, 16 de noviembre de 2015

Homenaje a Antonio


Cuando pienso en el docente ideal  inmediatamente se me viene a la cabeza la imagen de ese hombre encorvado, con la cara arrugadilla que tuve la suerte de tener como profesor en el instituto.

Antonio López Cartagena era un maestro en toda regla. Dedicó su vida a la pedagogía y era un hombre comprometido con la educación. Su máxima en la vida era que todo se lo debía a su madre, a su mujer y los alumnos. Sobre todo a sus alumnos a quienes, en sus propias palabras, les debía todo lo que él había aprendido. Trataba de conocernos como personas, se interesaba por nuestros problemas y en más de una ocasión los contenidos en clase pasaban a un segundo plano,  para tratar problemas que existieran dentro del grupo o a nivel individual. Hacía que toda la clase respetásemos y cuidásemos de cada uno de nuestros compañeros. Creo que era un hombre adelantado a su época, puesto que le importaba más el aprendizaje en valores que las meras calificaciones. Se partía la cara en las juntas de evaluación por sus alumnos, y trataba de que se vieran las mejores cualidades de cada uno, lo que le llevó a no ser muy popular entre sus colegas, puesto que no se ceñía a los criterios del grupo. Sin embargo los alumnos lo respetábamos, nos motivaba que llegara su hora e incluso conseguía que muchos absentistas acudieran a clase.  Hacía las clases participativas, generaba buen clima en clase, utilizaba la ironía y el humor como respuesta a nuestros problemas adolescentes. Algunos ponían en duda su método de enseñanza, pero año tras año, conseguía ratificarse, logrando que sus alumnos aprobasen sobradamente sus  asignaturas en selectividad (objetivo fundamental para el resto del equipo docente, pero secundaria para él).


Creo que, allá donde esté, puede sentirse orgulloso puesto que  nos enseñó mucho más que contenidos pasajeros, nos hizo más y mejores personas.

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